lunes, 23 de junio de 2014

PREFACIO


-¿Qué hay al otro lado? –preguntó la pequeña Alba.
        Oía unos pasos acercándose al otro lado de la puerta. Su abuela sonrió tranquilizadora.
-No te asustes, veas lo que veas. Después te lo explico. Ya sabes lo que tienes que decir a tu amigo.
        Alba lo miraba todo con curiosidad y temor: la señora mayor vestida de negro que las había recibido, el largo y oscuro pasillo, las puertas cerradas a los lados, el murmullo procedente de la sala del fondo… Era una casa vieja, con techos altos y amplios ventanales tapados por unas pesadas cortinas que sumían el lugar en la penumbra. Notó la mano de su abuela apretando con firmeza la suya, infundiéndole seguridad para llevar a cabo la tarea que le había pedido.
        Llegaron a una sala iluminada por velas que desprendían un fuerte olor a cera quemada. Había hombres y mujeres asimismo vestidos de negro; algunos rezaban, otros lloraban en silencio. Presidía la estancia en ataúd blanco rodeado de coronas de flores.
        Alba sintió un escalofrío al notar la presencia de la muerte; tan cerca y al mismo tiempo tan extraña. ¿Quién estaba dentro de aquel féretro? Sintió curiosidad, deseos de dar unos pasos hacia delante y descubrir el cadáver, pero también miedo.
                Acababa de cumplir nueve años. No debería estar allí, en un velatorio, ante el dolor de la pérdida de un ser querido; un sentimiento para el que ni los más mayores están preparados. ¿Por qué la había arrastrado su abuela a aquella casa? ¿Tan importante era lo que tenía que decir a Nicolás?
        Lo descubrió sentado en una silla al fondo de la sala. Su compañero de colegio llevaba un traje negro y pantalones cortos. La saludó, tímido, con un leve gesto de la mano. Al contrario que el resto de los presentes, él no parecía triste. Sólo desconcertado.
        -No le cuentes a nadie que me has visto así –le pidió Nicolás en cuanto ella se sentó a su lado-. ¿Por qué nos tienen que vestir de esta forma tan ridícula? Como si no sintiéramos vergüenza…
        Alba sonrió ante sus protestas, miró los enormes ojos de su compañero y le prometió que guardaría silencio sobre su indumentaria.
        -Mi abuela dice que no quieres hablar con ella.
        -Un señor me ha prohibido que lo haga –le contestó Nicolás. Luego se señaló los pies-. Estos zapatos me hacen daño…
        Alba estaba deseando marcharse, así que repitió las palabras que su abuela le había pedido que dijera, aunque no era capaz de entender su verdadero significado.
        -Mi abuela quiere saber si has visto la luz.
        -La he visto –contestó Nicolás. Luego guardó silencio, con sus enormes ojos fijos en el suelo-. Ese hombre me ha dicho que me quede a su lado, que no me acerque ni hable con tu abuela. No he podido verle la cara; me ha llevado a un sitio lleno de árboles, dice que voy a vivir allí, que podré seguir viendo a mamá y a papá…
        Alba necesitaba respuestas: ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué Nicolás se iba a vivir con él? ¿Por qué no podía quedarse en casa, con su familia?  Pero la señora que les había abierto la puerta la interrumpió antes de que pudiera preguntar nada.
        -¿Quieres despedirte de él? Parece que esté dormido.
        De la mano de ella, Alba caminó hacia el ataúd blanco. Sus ojos recorrieron los letreros de las coronas de flores que lo rodeaban: <Tus compañeros no te olvidan>, <Tu familia>…
        -Era tan pequeño –murmuró la mujer con un sollozo.
        Alba pudo ver entonces el cadáver. Era incapaz de entender lo que sus ojos le estaban mostrando. Tumbado en el interior del féretro, con los párpados cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, estaba Nicolás. Asustada, miró a su espalda. ¿Con quién había hablado?
        Sentado en la misma silla, su compañero la miraba con gesto de disculpa. Luego, como una vela que se apaga por el viento, desapareció.
        Los ojos de Alba se empañaron. Su amigo dl colegio, el mismo con el que había jugado tantas veces en el patio, el que se sentaba en el pupitre de al lado, ¿estaba muerto? Había faltado a clase las últimas semanas, siempre había sido un niño débil, pero ¿era verdad lo que estaba viendo? ¿No habían estado hablando hacía sólo un instante? ¿Había sido todo producto de su imaginación?
        Su abuela se acercó y la abrazó. Alba sólo pudo murmurar, con un gemido ahogado…
        -Nicolás…
        -Ha muerto –le contestó ella.
        -Pero hace un momento… Le he dicho lo que me pediste.
        -Lo sé…
        La abuela apartó suavemente a su nieta. La miró a los ojos y reconoció en ellos el mismo miedo, la misma incomprensión que ella había sentido cuando lo descubrió.

        -Has hablado con su espíritu. Alba, cariño, tienes un don.

No hay comentarios:

Publicar un comentario