-¿Qué hay
al otro lado? –preguntó la pequeña Alba.
Oía unos pasos acercándose al otro lado
de la puerta. Su abuela sonrió tranquilizadora.
-No te
asustes, veas lo que veas. Después te lo explico. Ya sabes lo que tienes que
decir a tu amigo.
Alba lo miraba todo con curiosidad y
temor: la señora mayor vestida de negro que las había recibido, el largo y
oscuro pasillo, las puertas cerradas a los lados, el murmullo procedente de la
sala del fondo… Era una casa vieja, con techos altos y amplios ventanales
tapados por unas pesadas cortinas que sumían el lugar en la penumbra. Notó la
mano de su abuela apretando con firmeza la suya, infundiéndole seguridad para
llevar a cabo la tarea que le había pedido.
Llegaron a una sala iluminada por velas
que desprendían un fuerte olor a cera quemada. Había hombres y mujeres asimismo
vestidos de negro; algunos rezaban, otros lloraban en silencio. Presidía la
estancia en ataúd blanco rodeado de coronas de flores.
Alba sintió un escalofrío al notar la
presencia de la muerte; tan cerca y al mismo tiempo tan extraña. ¿Quién estaba
dentro de aquel féretro? Sintió curiosidad, deseos de dar unos pasos hacia
delante y descubrir el cadáver, pero también miedo.
Acababa de cumplir nueve años.
No debería estar allí, en un velatorio, ante el dolor de la pérdida de un ser
querido; un sentimiento para el que ni los más mayores están preparados. ¿Por
qué la había arrastrado su abuela a aquella casa? ¿Tan importante era lo que
tenía que decir a Nicolás?
Lo descubrió sentado en una silla al
fondo de la sala. Su compañero de colegio llevaba un traje negro y pantalones
cortos. La saludó, tímido, con un leve gesto de la mano. Al contrario que el
resto de los presentes, él no parecía triste. Sólo desconcertado.
-No le cuentes a nadie que me has visto
así –le pidió Nicolás en cuanto ella se sentó a su lado-. ¿Por qué nos tienen
que vestir de esta forma tan ridícula? Como si no sintiéramos vergüenza…
Alba sonrió ante sus protestas, miró los
enormes ojos de su compañero y le prometió que guardaría silencio sobre su
indumentaria.
-Mi abuela dice que no quieres hablar
con ella.
-Un señor me ha prohibido que lo haga –le
contestó Nicolás. Luego se señaló los pies-. Estos zapatos me hacen daño…
Alba estaba deseando marcharse, así que
repitió las palabras que su abuela le había pedido que dijera, aunque no era
capaz de entender su verdadero significado.
-Mi abuela quiere saber si has visto la
luz.
-La he visto –contestó Nicolás. Luego
guardó silencio, con sus enormes ojos fijos en el suelo-. Ese hombre me ha
dicho que me quede a su lado, que no me acerque ni hable con tu abuela. No he
podido verle la cara; me ha llevado a un sitio lleno de árboles, dice que voy a
vivir allí, que podré seguir viendo a mamá y a papá…
Alba necesitaba respuestas: ¿Quién era
ese hombre? ¿Por qué Nicolás se iba a vivir con él? ¿Por qué no podía quedarse en
casa, con su familia? Pero la señora que
les había abierto la puerta la interrumpió antes de que pudiera preguntar nada.
-¿Quieres despedirte de él? Parece que
esté dormido.
De la mano de ella, Alba caminó hacia el
ataúd blanco. Sus ojos recorrieron los letreros de las coronas de flores que lo
rodeaban: <Tus compañeros no te olvidan>, <Tu familia>…
-Era tan pequeño –murmuró la mujer con
un sollozo.
Alba pudo ver entonces el cadáver. Era
incapaz de entender lo que sus ojos le estaban mostrando. Tumbado en el
interior del féretro, con los párpados cerrados y las manos cruzadas sobre el
pecho, estaba Nicolás. Asustada, miró a su espalda. ¿Con quién había hablado?
Sentado en la misma silla, su compañero
la miraba con gesto de disculpa. Luego, como una vela que se apaga por el
viento, desapareció.
Los ojos de Alba se empañaron. Su amigo
dl colegio, el mismo con el que había jugado tantas veces en el patio, el que
se sentaba en el pupitre de al lado, ¿estaba muerto? Había faltado a clase las
últimas semanas, siempre había sido un niño débil, pero ¿era verdad lo que
estaba viendo? ¿No habían estado hablando hacía sólo un instante? ¿Había sido
todo producto de su imaginación?
Su abuela se acercó y la abrazó. Alba
sólo pudo murmurar, con un gemido ahogado…
-Nicolás…
-Ha muerto –le contestó ella.
-Pero hace un momento… Le he dicho lo
que me pediste.
-Lo sé…
La abuela apartó suavemente a su nieta.
La miró a los ojos y reconoció en ellos el mismo miedo, la misma incomprensión
que ella había sentido cuando lo descubrió.
-Has hablado con su espíritu. Alba,
cariño, tienes un don.